Que en gloria esté
Homenaje a Meechum, ojo spoiler House of Cards.
House of Cards. Cuarta temporada. Capítulo cuarto.
No, no y no. No puede ser. Meechum ha muerto.
Rosalinda no pega ojo mientras mira desde su cama hipnotizada el televisor. La respiración pesada de su marido acaba con su ensimismamiento.
Ahí está Antonio: con la boca abierta, durmiendo a pierna suelta, ajeno, como es costumbre en los últimos quince años, a sus penas.
Pareciera que en lugar de haber estado viendo la truculenta vida de los Underwood, Morfeo le hubiera secuestrado durante un capítulo de Jara y Sedal.
Pero así era Antonio: aburrido a más no poder. O como diría su hija: un cojoñazo -que nunca más coñazo-.
Todo es entendible: 37 años de matrimonio dan para muchas reposiciones, -perdón de nuevo por la metáfora- de Jara y Sedal.
La obsesión de Rosalinda por Nathan Darrow, o mejor dicho, por el personaje de Meechum, venía de meses atrás, cuando descubrió la adicción de su hija recién divorciada a la serie de “castillo de naipes”.
—Hola hija, ¿cómo estás, qué estás haciendo?»
—Bien, bien, acabo de acostar a los niños. Estoy viendo una serie mamá, “jausofcar”.
Y así, noche tras noche, Rosalinda era incapaz de sacarle ni una palabra a su malherida hija o como Antonio la llamaba: “la gilipollas cornuda”.
—Ah, vale, me alegro, tienes que divertirte hija y pasar página. Esa serie que ves
será de risa, ¿no?
—No exactamente mamá, pero me entretiene. Te dejo ya, ¿vale?
—Bueno, pues a ver si me la pones un día en casa.
Y se la puso. Vamos que si se la puso.
Y en menos de un mes se había visto la primera y segunda temporada completas. Y en dos meses Rosalinda hablaba de Netflix y sus series como si de un amante joven y apuesto se tratase.
Ni el yoga, ni los talleres de cupcakes, de cerámica, de punto de cruz, ¡hasta de teatro! habían conseguido evadirla y olvidar por un rato su vida de documental de La 2.
—Me tienes hasta los cojones con tanta serie Rosalinda, yo me quiero dormir escuchando El Larguero, como hemos hecho toda la puta vida y no tus telenovelas, joder.
Como toda la puta vida. Ese era el problema.
Por supuesto Rosalinda veía la serie en castellano. No como su hija que lo hacía en versión original. Que para eso le habían pagado un máster en Columbia cuando terminó la carrera. Para eso y para que se casara bien, con un «hombre de bien». Pero de esa parte mejor ni hablar.
Ni Francis, ni Claire.
A quien realmente tenía apego Rosalinda era al tercero del trío de ese macabro matrimonio.
Ese hombre discreto, servicial, rayando a veces el infantilismo, simplón y bobalicón, pero tan fiel como un perro con sus amos.
Ese era Meechum.
Meechum merecía un homenaje.
Rosalinda no tenía ni perro, ni loro, ni pez al que bautizar con el nombre del agente.
Pero sí mucho tiempo libre y un anuncio de la reciente apertura del negocio de la hija de una amiga del taller de teatro.
Se llamaba “Los placeres de Lola”. Entró en su web.
Para Rosalinda, la muerte de Franco y tener conexión a Internet eran los únicos hechos históricos que le habían cambiado realmente la vida.
Palabrita.
Navegó un rato, hasta que dio con ello. Era discreto, como Meechum. Del tamaño y la forma de un pintalabios.
“Llévalo en el bolso y no te prives del placer en ningún sitio. Goza de gran suavidad y
de su exquisita potencia”, leyó mientras hacía click en el botón de comprar ahora.
Y es que Meechum no merecía morir. Que en gloria esté.
Que en la gloria también estará Rosalinda.
Foto de solod_sha en Pexels