Chispazos

Primeras veces

El primer chico que pidió salir a Candela se llamaba Armillo. Ese era su apellido porque nadie le llamaba por su nombre.
Nadie sabía su nombre.

Se lo pidió un sábado, antes de Navidad, en el pub donde todo el instituto celebraba que habían terminado las clases.
Allí estaban todos.
Los que aprobarían y los que no. Los que querían ir a la universidad y los que no.
Los que morirían antes de los 30 y los que no. Los que tendrían hijos antes de tiempo y se lamentarían y los que no los tendrían nunca.

✨Estaban todos.
Hasta los marginados. Aquellos que a pesar de la mofa y el sufrimiento que se les infringía, tenían un par de huevos u ovarios de plantarse allí y hacer una nueva llamada a ser aceptados. Aquellos que eran brillantes academicamente pero tal vez tenían más granos o menos zapatillas a la moda.
El porqué de ser un marginado suele ser siempre cuestión arbitraria.

✨Lo dicho, el primer chico que pidió salir a Candela fue Armillo. Aún esta recuerda el jolgorio de sus amigas:»¡Ay Candela, esto solo podía pasarte a ti!».
Y ella riéndose también, aunque se sintiera secretamente halagada.

✨Porque en el fondo, Armillo era como ella, un empollón que llevaba gafas, al que le gustaba leer y no tenía miedo de decir abiertamente que disfrutaba con las clases de química.
Y era alto. No alto y fornido. Sino alto y desgarbado. Como todo hombre que se está haciendo.

✨Candela era la empollona también, versión femenina, y le gustaba llenar cuadernos con historias. No estaba gorda ni tenía granos. Pero sí ropa heredada con muchas puntillas.
Digamos que no era una chica popular en absoluto, pero a la que no hacían lo que ahora llamamos bullying. Ya había otros más llamativos a los que fastidiar.

✨Ese día Candela rechazó la propuesta de Armillo, del que nunca supo ni le importó su nombre, con mucha educación pero firmeza.

✨Él tampoco era un chico popular.
Los que molaban entonces eran esos guaperas que se sentaban en la última fila de clase para hablar, y en la última del autobús para liarse porros, esos malotes que pedían los apuntes a Candela, que no abrían un libro, que no sabían lo que era un soneto, pero sí «sabían mucho de chicas» y de cómo meterles mano en los rincones. Esos que alguna vez llegaban con un labio partido. Esos a los que si consigues enamorar, cambian y caen rendidos a tus pies. Porque el amor todo lo puede. Y la atracción por los malotes es siempre lo más. Ya lo sabemos hoy por Crepúsculo o 50 Sombras…

✨A Candela no le gustaban para nada los malotes, pero salir con Armillo… Eso sí que le hubiera generado problemas.
Pues eso, que le dijo no.

Hoy a la Candela de 40 años, su assistant que es un chico de 30 años, – ¿y por qué no?-, le ha cerrado una reunión con el director de un centro de investigación que está a la carrera de dar con una solución contra el Covid 19. El susodicho se llama Juan Carlos Armillo. Aún no ha cotilleando su LinkedIn. Pero sí ha recordado todo esto.

✨La Candela de hoy, a la pregunta de «¿quieres salir conmigo?» Volvería a responder que no. Pero por motivos bien distintos.
Ahora sabe mucho más. Ahora es casi sabia. Porque con suerte está en la mitad de su vida.
Le diría que no, por supuesto, porque ¿quién quiere echarse novio a esa edad y a punto de empezar la universidad?
✨Pero también haría tres cosas: le preguntaría su nombre, le invitaría a una cerveza y le compartiría los libros que quería leerse aquella Navidad.

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