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Hijas

Quiero unas hijas desobedientes, que me pregunten por qué y me desarmen.

Que me dejen sin argumentos.

Que digan NO. A mí la primera (a ser posible a partir de los 25 y no de forma sistemática, un poco de compasión) y sepan decírselo a los demás.

Que me oigan como quien oye llover o misa. Pero que escuchen el ejemplo de casa.

Quiero unas hijas que no me cuenten todo, pero que sepan que podrían hacerlo.

Quiero unas hijas que bailen descalzas hasta el amanecer, que rían a carcajadas, que se les corra el rímel y brinden por la vida.

Que digan buenos días cuando entren a una tienda y buenas tardes al vecino que nunca saluda.

Que “por favor”, “gracias” y “lo siento” formen parte de su vocabulario diario.

Que cuando hablen por teléfono, el que esté al otro lado note cómo sonríen sin emoticones.

Quiero unas hijas que sean luz y se rodeen de gente de luz.

Que sepan mandar a la mierda a quien corresponda.

Que echen de su lado a los chupones de energía y a los grises. ¡Grises no, por favor!

Quiero unas hijas comprometidas, empezando con ellas mismas.

Que en días tristes se pinten los labios de rojo y se pongan unos pendientes grandes.

Que respiren y sientan la hierba mullida bajo sus pies.

Que sepan ver la luna y encontrar un delicado collar de perlas en una telaraña del campo.

Que regalen y les regalen un atardecer.

Que brillen con sus lágrimas.

Que disfruten de una comida y una buena copa de vino (sin hacer mezclas infames).

Que miren las estrellas.

Quiero unas hijas que sepan perdonar(se) y perdonarnos. Que no nos hagan a su padre y a mí protagonistas de las sesiones con sus psicoanalistas. Lo estamos intentando hacer lo mejor que podemos, joder.

Quiero unas hijas que recuerden mañanas de domingo con sábanas desordenadas y cosquillas antes de desayunar.

Una infancia con una puerta de hadas y una madurez en la que les sigan encontrando las hadas.

Quiero unas hijas capaces de contar a un niño cualquiera la historia de Jacinto, el caballo convertido en unicornio, o el de la princesa con un moco elástico.

Quiero unas hijas que no tengan «éxito profesional» tal como lo entendemos, porque ¿qué cojones es eso? Pero que se dediquen a algo que les haga vibrar, al menos un poquito, cada día y a sentirse vivas y lejos de la llamada rueda del hámster.

Que disfruten del camino y encuentren el sentido al poema de Cavafis antes de que sea demasiado tarde:

Si vas a emprender el viaje hacia Ítaca,

pide que tu camino sea largo,

rico en experiencias, en conocimiento.

Que numerosas sean las mañanas de verano

en que con placer, felizmente

arribes a bahías nunca vistas.

Visita muchas ciudades

y con avidez aprende de sus sabios.

Ten siempre a Ítaca en la memoria.

Llegar allí es tu meta.

Mas no apresures el viaje.

Mejor que se extienda largos años;

y en tu vejez arribes a la isla

con cuanto hayas ganado en el camino,

sin esperar que Ítaca te enriquezca.

Ítaca te regaló un hermoso viaje.

Sin ella el camino no hubieras emprendido.

Rico en saber y en vida, como has vuelto,

comprendes ya qué significan las Ítacas.

Quiero unas hijas que no me necesiten, pero quieran necesitarme.

Que me sepan mirar y ver.

Que a los 30 años piensen en sus padres como un hombre y una mujer que fueron jóvenes, con anhelos y con sus mismas cuitas vitales. Que recuerden que antes que padres fuimos igual que ellas. Que también soñamos y seguimos haciéndolo.

Que nos perdonen las cagadas.

Quiero unas hijas con las que tener desencuentros para luego encontrarnos.

Que sepan que, aunque seamos de épocas distintas, los sentimientos son universales y que allí donde ellas transitan, su padre y yo, ya lo hemos hecho. Y la experiencia es un grado.

Dan igual las redes sociales, cómo llamemos ahora a las relaciones, las nuevas profesiones… Lo que importa se escribe con un mismo sustantivo: emoción. Y un mismo verbo: sentir.

Quiero unas hijas sin biblias, pero que tengan como lectura de cabecera artículos como estos: Lo que quiero ahora o Sentido del amor.

Que admiren a su padre. Que recuerden que aunque es absolutamente excepcional, no es ninguna excepción como hombre y merecen un compañero o compañeros de viaje de su misma talla.

Que recuerden que CASA se hace allá donde estés y con quien estés, sin importar el lugar, ni los ladrillos. Que se rodeen de gente que sea CASA y que sepan que nosotros lo somos. SIEMPRE y ante cualquier vicisitud.

Que sepan que no todo es tan grave ni tan importante.

Que lean. Que lean siempre. Que se pasen de estación de metro distraídas con su libro o que se dejen seducir una noche entera por una buena historia en lugar de un mal amante.

Que no se crean todo, pero que crean en algo (por su paz mental).

Que viajen y tengan la sensibilidad de que “a la vuelta de la esquina” también puede ser un viaje apasionante.

Que tengan multiorgasmos.  Que no se conformen con menos.

Que tengan sexo con quien quieran y cuando quieran, pero que recuerden que su cuerpo es su templo. Que se respeten a sí mismas para que las respeten.

Que me den la oportunidad de decirles que en la primera vez no busquen placer o fuegos artificiales, sino tatuarse un recuerdo de torpeza y ternura máxima. Que no hay prisa para vivir acciones o experiencias, solo para sentir.

Que elijan siempre cómo y con quién. Que elegir también significa volver a elegir, retractarse, corregirse y cambiar de opinión. En TODO en la vida.

Que ahora es siempre todavía, como decía Machado.

Que tenemos el deber de la alegría como decía Lorca.

Que coman roscón en Reyes y torrijas en Semana Santa. Porque eso es religión.

Que sepan que las queremos.

Que en CASA siempre estaremos, de alguna u otra manera.

Que nos podrán encontrar en las montañas o entre letras.

En sus recuerdos y en estos textos.

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