Halloween y E.T.
Hasta el moño de Halloween y las calabazas que llevo viendo desde el 1 de septiembre. Pero sobre todo de la estética sangrienta y violenta que se empeñan algunos que consumamos sin elección. Y digo sin elección, sí.
Porque cuando en los escaparates de nuestras calles me ponen carniceros con sierra, cuerpos desmembrados y bichos espeluznantes, pierdo mi capacidad de decidir que veo con mis hijas cuando las llevo al colegio.
«Qué tiquismiquis», dirán algunos.
Pues sí.
«Qué exagerada».
Totalmente. Esto es un texto hipérbole.
Pero pensemos algo… Nuestros niños de tres, cinco años o más, no tienen los referentes audiovisuales y cinematográficos que tenemos nosotros, no han vivido lo suficiente para distinguir realidad y esperpento ficcionado.
Sus cerebros están limpios de imágenes sórdidas y así debería ser, digo yo, mucho tiempo.
No quiero niños burbujas. Obviamente no.
Sólo quiero niños y niñas.
Y, entre unas cosas y otras, los que saben de esto (los profes) y los que lo estamos viviendo (los padres) confirman, confirmamos, que les estamos reduciendo la infancia. Acortando y limitando su niñez. Con las consecuencias que eso conlleva.
No se trata de si ven en casa el juego del calamar o el del cangrejo de turno, siempre habrá algo. Se trata de que nos limitan a muchos padres a la hora de educar y criar. Nos imponen correr con explicaciones antes de que lo hagan otros con pantallas. Nos atosigan a preparar a nuestros hijos «no preparados» a que no se sobresalten con estímulos que no les corresponden.
¡Venga un brazo bien cortadito de adorno en la puerta de una guardería! (100% real) pero de la muerte del abuelo en casa ni hablar.
¿Os acordáis de E.T. El extraterrestre? Pues si él, que era un bicho feo y que vivía en una peli americana, se asustó la noche de Halloween, imaginad el efecto que ciertos disfraces producen en los más pequeños.
Terrorífico.
Os recomiendo una peli de terror:
La tragedia de acortar la infancia.
Dirigida y protagonizada por todos nosotros. Ya en cines.
En gerundio también.
Fotografía de Aljona Ovtsinnikova vía Pexels.