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Que no nos manchen las palabras

Me saca de quicio la gente que mancha palabras porque contaminan el pensamiento y emponzoñan las almas.
Luego no hay detergente que quite esas manchas.  No se pueden meter en la lavadora, porque se mezclan con otras suciedades y el resultado es el mismo que si juntas la ropa interior con las deportivas del gimnasio. Una guarrada.
Sólo hay una solución, frotar a mano, pero se desgastan y pierden color. Y al que lava le acaban doliendo los nudillos.
Porque las manchas solo salen con jabones muy potentes, a veces también contaminantes, y agua muy caliente. De esa que  acaba escaldando. Y que encogen el concepto y lo reducen al ridículo más insignificante.
Para colmo, si quedan restos, como suele ser habitual, siempre se tiene el recuerdo de esa palabra como tóxica, sombreada y poco límpida. Sabes que la mancha está ahí y es como esa camiseta del armario que no has tirado, por nostalgia del recuerdo que fue, pero no te pones nunca. Esta ahí, sí, por si acaso, porque algún día para estar en casa servirá.
Algunas de esas palabras que nos están manchando son feminismo y bandera.
Qué pena. A ver quién se atreve a devolverles el brillo, limpiar, fijar y dar  esplendor como decía la RAE. Atrevámonos.

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