Sufro del hígado (mucho)
Dice Rosa Montero en uno de sus artículos recientes que la sociedad se ha dividido entre los que llevan mascarillas y los que no las llevan. Y estoy de acuerdo.
Me ponen del hígado todos esos que van por la calle mostrando sus bocas socarronas al aire como si quisieran así gritar al mundo su valentía o desfachatez máxima. Porque a mí lo que me gritan es insolidaridad y estupidez.
Me ponen muy muy especialmente del hígado esos grupetes de adolescentes, y no tanto, que parece que viven en universos paralelos y, yo gilipollas,no me he enterado.
Me sacan de quicio sus caras lavadas que escupen irreverencia, que no rebeldía, y su indiferencia infinita.
Tal vez sean los mismos que van en el metro con sus móviles a todo trapo obligándonos al personal a escuchar su música, queramos o no, nos guste o no.
Debe ser que me estoy haciendo vieja. Muy vieja. Aunque yo me siento con una rebeldía que sale de mis entrañas y se rebela más que cuando tenía quince años.
Serán las canas que aún hoy no me tapé. Me las voy a dejar un poco más al aire, a ver si termino de purgarme.